Buenos Aires, sábado 7 de enero de 2017
El escritor Ricardo Piglia falleció hoy a los 75 años a causa de las complicaciones generadas por la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa que padecía hace años, dejando a la literatura hispanoamericana huérfana de una de sus voces más lúcidas y representativas, capaz de transitar los intersticios entre la crítica, la novela, el ensayo, el guión y la docencia.
Su muerte enluta al mundo de las letras a poco de haber sido publicada la segunda parte de esa obra total que conforman «Los Diarios de Emilio Renzi»; alter ego que atravesó con mayor o menor asiduidad su trabajo y que comenzó a delinear hace 57 años como por obra del azar, cuando tomó un cuaderno y en medio de una mudanza que lo obligaba a abandonar con sus padres su ciudad natal de Adrogué, anotó las primeras observaciones sobre su propia vida.
Esos diarios, tarea titánica que implicó un inmenso trabajo de relectura y edición que lo mantuvo ocupado hasta el fin de sus días, son el legado más cercano que deja Piglia a sus lectores: el presente constante de un narrador en estado puro, siempre interviniéndose a sí mismo.
Caracterizada por los cambios de registros y estilos, la escritura profana de Piglia funcionó como radiografía de época y, mejor que nadie, encarnó ese borramiento de bordes con textos que destilaban pura literatura más allá del género en el que pudieran encuadrarse y de la insistencia con que los cruzara.
De esta manera, su huella trasciende la novela para alcanzar el cine -como guionista y a partir de su propia obra en el caso de la taquillera «Plata quemada»; pasa por la pantalla chica, donde ofreció una gimnasia similar a la del claustro y el ensayista, con programas como «Borges por Piglia»; y se inmisculle hasta en la ópera, para la que adaptó «La ciudad ausente».
Esa versatilidad no fue su única constante, la otra acción irrenunciable de este escritor fueron sus diarios: páginas y páginas escritas pacientemente, en forma aleatoria, repetitivamente durante más de 50 años; las mismas que concibieron a Emilio Renzi, personaje, alter ego y seudónimo de quien reconoció en esta reiteración «la novela de una vida».
«Para mí es una novela aunque el material sea verdadero y personal», dijo sobre los diarios que comenzó a garabatear a los 16 años mientras dejaba Adrogué para migrar a Mar del Plata; que lo acompañaron en sus primeros días de escritor en Buenos Aires; y luego en los Estados Unidos, adonde impartió clases durante 15 años en universidades como Harvard y Princeton; hasta el reconocimiento a su regreso, en 2001, al país.
Ricardo Emilio Piglia Renzi nació el 24 de noviembre de 1941; este crítico y teórico que supo surfear la «desliteraturización» de la novelística actual, se formó en Historia de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP); trabajó 10 años en distintas editoriales durante su estancia en Buenos Aires; y dirigió la emblemática Serie Negra que difundió autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
En 1967 recibió una mención especial del VII Concurso Casa de las Américas de Cuba que derivó en «Jaulario», su primer libro de cuentos; en 1977 llevaba publicados «La invasión» y «Nombre falso», pero pasaron tres años más hasta su reconocimiento internacional, en 1980, con Renzi protagonizando su primera novela, «Respiración artificial».
De 1986 es «Crítica y ficción», libro que reúne ensayos de sus obsesiones: «La lectura de la ficción», «Sobre Roberto Arlt», «Narrar en el cine», «Una trama de relatos», «Sobre Cortázar», «El laboratorio de la escritura» y «Sobre el género policial».
Su siguiente novela demoró seis años. Era «La ciudad ausente», que en 1992 mostraba cuentos generados por una máquina inventada para sustituir a una amante muerta; subtextos similares entrecruzó en «Blanco Nocturno», la novela donde él mismo resumió: «Renzi tiene una pequeña crisis, se encierra en una casa de Adrogué y se produce una historia con una mina que vive enfrente».
A mediados de los 90 comenzó a guionar filmes como «Corazón iluminado» (1996), de Héctor Babenco; o «La sonámbula, recuerdos del futuro» (1988), de Fernando Spiner; mientras que «La ciudad ausente» fue transformada en ópera junto al músico Gerardo Gandini y estrenada en el Teatro Colón tres años más tarde.
De esa época, 1997, es el pequeño escándalo del Premio Planeta en torno a «Plata Quemada», en el que uno de los finalistas, Gustavo Nielsen, denunció «predeterminación en favor de la obra de Piglia».
Con el nuevo milenio su reconocimiento se acrecentó, la cuestionada novela llegó al cine con un premio Goya; el mismo año guionó «El astillero», de David Lipszyc, sobre la novela homónima de Juan Carlos Onetti; y de 1999 es el ensayo «Formas breves».
Los premios arreciaron y llegó el Iberoamericano de Letras José Donoso, en coincidencia con el lanzamiento en 2005 de dos ensayos ineludibles, el «Diccionario de la novela de Macedonio Fernández» y «El último lector»; seguido por el premio de la Crítica de España en 2010; el Rómulo Gallegos en 2011 y el Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en 2013, cuando Anagrama lanzó su última novela, «El camino de Ida».
Su incansable trabajo escribiendo y analizando literatura lo llevó al Konex de Brillante en 2014, mientras estaba al frente de la filmación para televisión de «Los siete locos» y «Los lanzallamas», sobre las novelas de Roberto Arlt.
Experto en las obras de Jorge Luis Borges y Witold Gombrowicz, en 2015 compartió con esos escritores el Premio Formentor de las Letras, el mismo que habían recibido maestros como Samuel Beckett y Saul Bellow, en reconocimiento a una obra «que se desenvuelve armónicamente entre la originalidad, la cultura popular y la tradición más exigente».
Fue Carlota Pedersen, nieta de Marta Eguía -su pareja-, quien recibió el galardón junto a su amigo y editor español Jorge Herralde, responsable de publicar «Los diarios de Emilio Renzi» que restan completarse, luego de la aparición en 2016 de «Los años felices», con el tercer volumen titulado «Un día en la vida», que aparecerá este año.
«Nunca he podido estar en el lugar indicado o en el momento justo. O no llego, como en este caso», escribió en la carta de agradecimiento.
Es la literatura, esa «forma privada de la utopía» siempre «un poco incómoda» que había definido en «Prisión perpetua», la que definirá ahora, sin su mirada atenta pero con su legado a cuestas, hacia qué nuevas formas y lecturas se encamina su obra.